7/7 Viaje a N’Dali

Nuestro tercer día comienza con la noticia de que nuestras maletas han llegado a Cotonou!! Pero hoy aún debemos seguir “con lo puesto” hasta la noche.

Nos alejamos del “primer mundo de Benin” para dirigirnos al “tercer mundo del tercer mundo”: los poblados.

Hoy no viajaremos amontonados en un coche. Hoy tenemos una furgoneta a modo de microbús para emprender nuestro largo viaje.

Nuevamente sigue llamando la atención el baile que se produce en el cruce de vehículos y personas. Un simple sonar de claxon puede significar “yo voy primero”, “déjame pasar”, “tira tú” o “aparta que voy”. El caso es que, como si de un vals se tratara, vamos haciendo “eses” esquivando personas, motos, coches, camiones y.. agujeros. Al principio llevas el corazón en la boca.. pero después de horas y horas la confianza aumenta y hasta acompañamos ese vaivén de vals con nuestros propios cuerpos.

A mitad de camino paramos a comer… y ya no hay ni una pizca de nada que se parezca a la comida del primer mundo. El estómago empieza a cerrarse. Y esto no ha hecho más que empezar! Aunque una fruta comprada en el camino, naranjas amarillas de Benín, muestra un guiño al estómago que debe aleccionarse para los días venideros.

Verde, verde, verde, selva, selva, selva. Una tormenta irrumpe el viaje como si el mundo se terminara, pero no. El sol sale después mostrando de una manera aún más intensa el verde, verde, verde.

Niños y niñas por doquier. Mientras el primer mundo echa el freno en natalidad y aumentan las familias con animales que son alguien más con quien convivir, el tercer mundo inunda de pequeños cuerpos las rutas que atravesamos, mostrando esperanza al ver sus sonrisas y su aleteo de manos saludando a nuestro paso.

Cae la noche y el vals de la carretera se convierte en una adivinanza… Adivina a quien te encontrarás adelantando, adivina quién irá andando por el arcén, adivina el límite de la carretera cegado por una luces de frente mal alineadas… y solo nos queda confiar. Confiar en el maravilloso conductor que nos lleva a los poblados atravesando Benin de sur a norte.

El pasar de las horas nos hace comprender que las luces que nos deslumbran, además de ser fruto de la mala alineación, forman parte del vals, pero esta vez del vals nocturno. Luces que van y vienen, que ciegan, que iluminan, que desaparecen, que escasean… bailan juntas para, una vez más, formar parte de esta armonía caótica de la conducción en Benín, ahora de noche.

Y tras casi 12 horas de viaje llegamos por fin a la casa de Teofilo y su familia. Aguacate con judías verdes es el mejor manjar imaginado a nuestra llegada, acompañado de piña del lugar, dulce como un algodón de azúcar.

Y aparece Teresa, esa niña que conocimos a través de una foto y que hoy, por fin, podemos disfrutar. Sus grandes ojos nos observan con inquietud, tanta que no le permite dormir.

Mañana amanecerá un nuevo día, ya en el lugar al que veníamos a convivir, donde Kike, Nuria, Ana y yo (Conchi) junto a Pedro y las gentes del lugar nos adentraremos en un nuevo episodio de esta gran aventura.

Buenas noches.

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