Ayer, fui a ver la exposición de mi amiga Antje Wichtrey, muy recomendable por cierto. Como siempre, la charla con ella, muy reflexiva, estética y profunda.

En una de las paredes de la galería muestra una selección de los derechos de los seres humanos. Los fui repasando, uno a uno, dejándome sugerir por el texto y la imagen. ¿Cuántos de estos derechos quedan en pie? ¿Cuánto nos hizo perder el hambre de dignidad la pandemia? ¿Cuántos de esos derechos se come la guerra en la actualidad? ¿Qué se está gestando con la nueva configuración geopolítica?

Ella asiente, se manifiesta preocupada pero, al final me dice: “no te preocupes, siempre hay alguien con Luz, la ciudadanía es de corazón inteligente“.

Es cierto, hay gente que da claridad y que siembra amor donde va.

Yendo para el colegio me he encontrado dos situaciones parecidas: abuelos recogiendo a nietos. Con una sonrisa acurrucada en espera a conectar con sus nietos.

Es cierto hay gente que da luz, precisamente llevaba puesta nuestra camiseta de colonias Avemarianas del Señor de los Anillos que dice: He aprendido que son los detalles cotidianos, los gestos de la gente corriente los que mantienen el mal a raya. Los actos sencillos de amor.

Parece que la educación se queda como única llama de esperanza. Ya pasaba en los tiempos de Manjon, de Montessori o de Champagnat…

Mi compañera Caro me regala una conversación y me recomienda un cuento de Saramago: La isla desconocida.

Todo me habla me de lo mismo… la vida me devuelve en un espejo. Reflejo que me compromete a ser luz… así que a leer el cuento y seguir luchando pese a las dificultades que plantean los maestros de la sombra.

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