La despedida, un aplauso.
Hoy, al llegar el final de curso, me propuse no llorar. Quería emocionarme y vivir intensamente los últimos momentos con mis niños y niñas de clase. La despedida en el campo reunió a la mayoría de vosotros, un esfuerzo final por vernos y no dejar que se desvanezca el vínculo que hemos creado. Siempre os llevaré en mi corazón como «mis niños y niñas de la pandemia» y «mis familias de pandemia». Sé que algunos no pudieron venir y otros solo pasaron un rato, pero gracias a todos. Estáis en mi memoria.
Mis niños/as, mis enanos/as, mis sueños… Un aplauso espontáneo mientras me alejaba del grupo me conmovió profundamente. Mis lágrimas comenzaron a fluir al escuchar: «gracias por ser un docente decente». Estos gestos quedarán por siempre en mi suculento y eterno imaginario. Gracias de todo corazón.
Mis niños/as, mis enanos/as, mis sueños… Una mirada, una despedida con la mano en alto y una vergüenza nostálgica me impidieron dar la vuelta y abrazaros una vez más. Pero en mi mente y corazón, ese abrazo siempre estará presente. Sois las luces y alegrías que me habéis sostenido durante este curso complicado. Sois cuerdas agarradas de las estrellas que, cada noche al acostarme, me acunaban y ronroneaban como un gato buscando caricias.
Mis niños/as, mis enanos/as, mis sueños… Descansados ya, a la mañana siguiente, allí estabais pidiendo «guerra»; ansiosos por aprender, jugar, amar, compartir y cuidar. Ha sido un lujo ver cómo vuestros corazones han crecido en armonía emocional. Abrir vuestra puerta a la lectura y a la escritura ha sido una experiencia enriquecedora. Despertar el arte y el deleite ante la curiosidad, la experiencia y la belleza ha sido un privilegio.
Llego el día
Mis niños/as, mis enanos/as, mis sueños… Hoy ha llegado el día de no contaminar la despedida con prisas ni vergüenzas. Ha llegado el día de miraros a los ojos, mis pequeños actores y actrices, bailarines y bailarinas, jugadores y jugadoras, aprendices de todo… y decir sosegadamente a cada uno y una: gracias por hacerme sentir vivo y por reiniciar mi vida cada mañana.
Mis niños/as, mis enanos/as, mis sueños… Vuestra energía, curiosidad y amor por el aprendizaje han sido el motor que ha impulsado cada jornada. Vuestro entusiasmo ha iluminado los días más grises y vuestra inocencia ha sido un bálsamo en los momentos más difíciles. No es un adiós, sino un hasta siempre, porque cada uno de vosotros ha dejado una huella imborrable en mi vida.
Mis niños/as, mis enanos/as, mis sueños… Aunque hoy nos separamos, las lecciones que hemos compartido y los momentos que hemos vivido juntos permanecerán en nuestros corazones. Espero que llevéis siempre con vosotros el amor por el conocimiento y la alegría de aprender. Gracias por todo lo que me habéis dado. Sois y siempre seréis mis niños y niñas, mis enanos y enanas, mis sueños…