El mal no existe por sí mismo, es simplemente la ausencia de Dios.
Es como la oscuridad y el frío, una palabra que el hombre ha creado
para describir la ausencia de Dios. Dios no creó el mal.
Albert Einstein.
Decía Norman Geisler que “La verdad es que Dios libera a algunas personas de su enfermedad y a otras a través de ella” (Geisler, 1986). Cuando el mal se expande en forma de dolor, el estrés y la presión social pueden llevar a las personas a actuar de manera perjudicial sin darse cuenta. La falta de conciencia de nuestros procesos internos, las expectativas y demandas constantes del entorno, y las heridas de la infancia pueden sacar lo peor de nosotros. ¿Cómo pueden el dolor y el sufrimiento cambiar nuestro interior y ofrecernos una nueva perspectiva?
La Sutil Infiltración del Mal
El mal puede infiltrarse en nuestras vidas de manera sutil, similar a una sombra que nos sigue sin que nos demos cuenta. El mal es como un veneno que se disuelve en el agua: invisible, insípido, pero letal una vez ingerido.
Una acción negativa puede desencadenar una serie de eventos dolorosos como piezas de dominó que caen sin voluntad propia. Una pequeña ofensa, una mala interpretación o un acto de crueldad pueden tener consecuencias mucho mayores de lo que inicialmente imaginamos. Cuando nos vemos atrapados en la espiral del mal o de la violencia, es difícil encontrar la salida.
El Maltrato: Una Sombra Silenciosa
No se daña a quien se quiere. Maridos a esposas, esposas a maridos, hijos a padres o madres y viceversa. El maltrato es una sombra silenciosa que destruye vidas desde dentro, dejando cicatrices físicas, emocionales y psicológicas imborrables. Es un acto de violencia y poder que se manifiesta en golpes, palabras hirientes y manipulaciones económicas, socavando la dignidad y la esperanza de sus víctimas.
Cada voz, cada insulto y cada golpe no solo hiere la piel, sino también el alma, creando un ciclo de dolor y sufrimiento que se perpetúa en el silencio.
Las Microagresiones y la Normalización del Comportamiento Dañino
Poco a poco nos acostumbramos a las microagresiones diarias, a hablar sin cariño y sin empatía. A menudo las pasamos por alto, pero contribuyen al ambiente de tensión, dolor y sufrimiento. Estas pueden ser comentarios hirientes, miradas despectivas o gestos de desprecio sutiles que van en aumento. La normalización del comportamiento dañino puede llevarnos a aceptar estos como normales.
El Papel del Silencio y la Inacción
El papel del silencio, la inacción o la indiferencia puede ser tan perjudicial como un golpe. En el fondo, buscamos todas las estrategias para poder gobernar el entorno, para que nos reconozcan, para que no duden de nuestra visión, para que nos hagan caso, para que se cumplan nuestras tareas y ambiciones. Estamos presos por nuestra ansia de poder y control.
No podemos provocar actuaciones en los demás acordes a nuestras expectativas. No hay un mecanismo para que «alguien deje de hacer algo». No podemos dejar de ser nosotros mismos imponiendo lo que el mundo debería hacer o ser. He escuchado miles de veces «si yo fuera presidente», «si yo fuera el jefe», «si tal o cual cosa dependieran de mí»… Pues no, no me ha tocado.
Mi cerebro me engaña para hacer sostenible mi dolor. «Ojalá mi mujer no me hubiera dejado»… no es real, acéptalo, te ha dejado. «Ojalá no tuviera esta enfermedad»… es un deseo de tu cerebro para poder sobrellevar lo que te sucede, un escape, un pensamiento buitre que puede llegar a hundirte. ¿Cuándo vas a mirar la situación de frente? ¿Cuándo vas a poner el foco en lo que puedes hacer? ¿Cuándo vas a releer el dolor que todo esto te está suponiendo para ver lo que la vida te está gritando a voces?
Tomar Conciencia y Sanar
Todo pasa por tomar conciencia de la propia historia, de reconocer las heridas, de cicatrizarlas porque al estar en el pasado no pueden sanar, aunque sí podemos acostumbrarnos a vivir con ellas de forma consciente y gestionar lo que nos pasa de otra forma. Tenemos que ir a un sitio al que no hemos estado aún porque la realidad nos duele tanto que nos lleva a la violencia.
¿El mal existe? No sé, parece que sí, que hubiera un plan que se oculta en la sombra y que conspira contra el ser humano. Pero, por otro lado, cada humano hace lo que puede con los ingredientes que se le han dado. Construimos nuestra realidad con la percepción contaminada por las creencias familiares, culturales y raciales.
Todos tenemos una gran cantidad de asuntos pendientes y si no tomamos conciencia de cómo afectan a nuestras respuestas y apegos, se entremezclan y se lían con los de los demás y esa maraña igual podríamos denominarla el problema del mal. Todos los asuntos pendientes de un minifundio dan al traste con la posibilidad de construir un espacio de crecimiento y de paz, un Reino de Dios en la tierra.
El mal y el sufrimiento habrá que abordarlos no tanto como fuerzas externas de las que no tenemos control, sino como fenómenos que pueden ser entendidos y transformados a través de la autoconciencia, la aparición de novedades y la responsabilidad personal ante el cambio que hay que dar.